Kafka y Cthulhu

El hombre se encuentra en medio de un robótico proceso, paradógicamente maquinado bajo sus propias manos ante un ojo omnipresente. La ley de cada tiempo exige sus propias víctimas -quienes nacen inocentes. En El Proceso de Franz Fakka, el despertar de Josef K podría simbolizar el nacimiento del ser humano en un mar de regímenes que le limitan su existencia: Josef K despierta y es procesado, nadie le dijo por qué -ni se lo dirá- para finalmente ser sentenciado.

Kafka es tema aparte.

Hace unos días, después de asistir a la presentación de la obra El Enviado de Cthulhu en la Ciudad de México, me encontré leyendo en una esquina algunos escritos acerca de las innovaciones teatrales que se han sucitado en el año, las alemanas me parecen interesantes y ya espero con ansias ver qué nos preparan los dramaturgos mexicanos.

Tenía altas expectativas en El Enviado: me adelanté demasiado al dejarme fascinar por su título y la referencia explícita (Lovecraft). Salí con la sensación de haber visto nada en el escenario. La obra es sencilla: tres personajes le plantean al espectador la existencia de Cthulhu, una deidad ancestral que planea su arribo al planeta tierra con el fin de dominarlo y extender su oscuridad.

La tecnología que utiliza El Enviado no ayuda, a ciertos elementos se les siente absurdos e inncesarios: una lámpara de origen desconocido permanece en el escenario y sólo se menciona en una ocasión, como para justificar su presencia; las animaciones que se proyectan son inverosímiles y repetitivas; el efecto de las voces se siente forzado y la ambientación se limita a efectos de niebla. Por su parte, las actuaciones carecen de fuerza dramática y la historia es anticlimática. El tiempo es lineal, con un pequeño juego al inicio y al final.

La próxima semana veré una adaptación de Otelo, espero que mi salida de la sala sea diferente.

Por lo pronto dejo escenas de la obra que aludí al inicio: El Proceso, de Kafka, en una adaptación de Andreas Kriegenburg. Deseo verla pronto en México.