Incurable (segundo fragmento)





La poesía es un sistema anárquico, la bola de estambre con la que un gato juguetea; es la savia de la planta humana, del acontecer divino del hombre. Pocos se acercan al árbol y los menos recogen sus hojas, y aún casi nadie las vuelve a su rama original. La poesía es un arte de muerte, de disección; es un sentimiento taxidérmico, una colisión y una pelea continua entre el desenfado y el tedio. Los dioses de la poesía sufren, compiten por alcanzar una banderita negra, pues se les ha dicho que quien la obtenga no encontrará la salida, sino la comprensión total de la palabra.

David Huerta trabajó Incurable durante treinta años, y al escribir el último signo encontró frente a sus pies un planeta de dimensiones insólitas que metamorfeaba sin agotar su tiempo ni espacios hasta desembocar en la materia que, de paso, le estorbaba.

Al final todo es una palabra que busca nombrarnos, al final el ejercicio absurdo de la vida desemboca en el molde que nos quiere contener. Pero ya despierto, ya exhausto de la incertidumbre y de conocer la mancha en el espejo, el hombre es un rebelde, un ser que se rehúsa a ser nombrado bajo el signo del mundo.



Incurable
Capítulo 1: Simulacro
(Fragmento)
David Huerta

El almacén de las palabras es un lugar extraño, húmedo, una
galería sigilosa, un hospital dormido.
Cardumen candoroso, con su latinidad a cuestas,
difícil, fosforescente como una omega "en el pizarrón de las
etimologías".
Ovija o multitud, ramo de piedras, rocas, en oro del nombre,
siemprevivas palabras, "oscura siembra" en la cúspide sorda y
monumental del mármol.

El almacén es un espacio trémulo, una tecla genésica
que el mundo amplifica hasta la magnitud mortuoria del réquiem
o la súplica.
El almacén de las palabras, el almacén de las palabras.

Saturado en la diseminación, por los bordes del no, exhibido en
las cosechas del silencio,
busco el margen, el medianil, el uranio de un linde, límite para
el dinosaurio que invade mis egiptos,
mis instrumentos blancos de tiempo, canosos, del movimiento que
me implanta en los espacios interminables.

Un sistema de máquinas horrendas invade el amacén,
un corte aquí, nueve allá: hervor de nombres, el cancerbero de la
historia hila con sus ladridos la camisa de los atormentados,
caen los siglos como pedruscos en lo negro de la medida,
en la ceguera de la totalidad: mundos lineales, tejidos al olor
de una cercanía, de una multiplicidad,
de un espanto arborescente que se agita en el sonido seco de un
chasquido que anuncia la eternidad.


Huerta, David. Incurable. México: Ediciones Era, 1987. p. 12-13


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