Los Puentes de Köningsberg (fragmento)

Hace dos empecé a leer Los Puentes de Köningsberg, novela de David Toscana, autor de Santa María del Circo y El ejército ilumnado. Toscana tiene un estilo particular de narrativa, aunque se le intente relacionar con Onetti; de hecho él mismo ha mencionado que la obra literaria debe ser así, diferente siempre, que al leerla no se le pueda relacionar con su autor, que sea fácil desprenderla de éste.

Leí a Toscana gracias a Laiza, mi mejor amiga, quien realizó su tesis de licenciatura en torno a Santa María del Circo, la cual no he tenido la oportunidad de leer.

Acerca de Los Puentes de Köningsberg y de lo poco que he leído sobre ésta, puedo decir que es uno de esos escritos que conducen al lector por un camino que oculta las imágenes más próximas, de tal forma que, aunque no es fácil perderse, no es posible encontrar lo que acontece en seguida. Los personajes no se definen por el concepto, pues lo amplían. Una vez que se inicia la lectura ésta desciende por una espiral, para después ascender, retroceder y reincorporarse. La ficción de Toscana se torna histórica, es como el anhelo del pasado que no será. Es probable que más adelante algunos refieran a Borges cuando lean esta novela, pero ¿acaso Borges no es la referencia obligatoria?

A continuación un fragmento.


El puente Krämer, el primero de los siete, aquí está desde 1286, cuando la tierra era todavía plana y Dante aún no bajaba al infierno. Conecta con la ciudad antigua, la Altstadt, con la isla de Kneiphof. Por aquellos tiempos, una partida de valientes marchó con los caballeros teutónicos río arriba para pelear una batalla decisiva contra un ejército pagano de oriente que venía acercándose a la ciudad. Los enemigos habían pasado por otros poblados, saqueando, incendiando y asesinando. Partieron los combatientes de Köningsberg y el resto de la gente permaneció temerosa, en espera de noticias, encerrada entre los muros de la ciudad. Pasaron las horas y nada se supo; pasó la noche y nada. Al amanecer, la gente se reunió en el puente Krämer. Notaron que poco a poco el agua se iba tiñiendo de rojo. El obispo Mühlhausen quiso saber de inmediato qué significaba eso. Manden llamar a Badka y que interprete lo que el río nos quiere decir.
Badka era una bruja poco querida, pero muy respetada. Ella miró desde el puente las aguas rojizas y dio su sentencia. Ahí hay sangre de los nuestros y sangre pagana, y sólo hay una forma de saber quién ha derramado más. Señaló de entre los curiosos a una joven rubia de catorce años. Tú habrás de beber un trago de esas aguas. Si contiene más sangre oriental, significa que los nuestros han vencido; si contienen más sangre de los nuestros, empiecen a esconderse, empiecen a llorar y a encomendarse a su dios.
¿Y cómo sabrá esta niña de quién hay más sangre?, preguntó Mühlhausen.
La sangre pagana, señor obispo, es veneno para nosotros y la matará; la sangre nuestra, por el contrario, la convertirá en la mujer más bella que jamás haya visto el ser humano.
Alguien bajó al río a llenar un cuenco y se lo entregó a Badka. Ella no mencionó ninguna de esas palabras misteriosas que se dicen durante los hechizos, extendió el cuenco hacia la muchacha y con el índice le trazó una equis en la frente. El gentío se arremolinó en torno a ella. Querían verla envenenada por el bien de Köningsberg, y a la vez deseaban ver a la mujer más bella que jamás el ser humano había visto. ahí estaba el padre de la muchacha, un zapatero del suburbio de Löbenicht. Badka, maldita, ¿por qué no simplemente nos dices quién va a ganar la batalla? ¿Por qué la gente de tu calaña se tiene que inventar embrujos y maldiciones y por qué elegiste a mi humide hija Lenna para tus torcidos propósitos?
Debería pedirle al obispo que mande desollarte ahora mismo por cuestionar mis designios, cobarde zapatero que estás aquí en la ciudad en vez de ayudar a nuestros caballeros en su batalla. Y sin embargo, vienen tus reclamos oportunos porque así explico mis razones que son siempre más sabias que tu insensatez.
Badka se hallaba en el centro del puente Krämer, recargada en la baranda, así como nosotros, hincando la vista en el oriente; sus cabellos blancos, abundantes y rizados se contoneaban con el viento y a intérvalos ocultaban su rostro. La gente la escuchaba sin respirar. Si la muchacha muere, el padre llevará luto mientras el resto de nosotros podrá irse a celebrar, y si se convierte en sublime belleza, tendremos que odosarla con ropajes de princesa y atarla en una estaca en las afueras de Köningsberg. Tendrá un letrero a sus pies. Valientes paganos, tomen a esta mujer, es su botín de guerra, y acambio desvién su marcha hacia el sur.
La muchacha no titubeó; la tentación de la belleza superaba sus miedos. Cuando llevaba el cuenco a la boca, Badka la detuvo. es importante que los hombres se retiren, pues será difícil que alguien se resista a su belleza. Dejen aquí a las mujeresy eunucos, quienes, en caso de que la muchacha sobreviva, se encargarán de conducirla a la estaca. Llévense de aquí también al zapatero.
Los hombres protestaron y el zapatero forcejeó y maldijo, pero en ese momento la voluntad de Badka regía sobre las demás. Bebe, hija mía, pasó el índice por la frente de Leena, y proclama con tu muerte nuestro triunfo o negocía nuestra salvación con tu belleza.
Leena bebió el agua rojiza.



Toscana, David. Los Puentes de Köningsberg. México: Alfaguara, 2009. p. 55-57

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