Incurable (tercer fragmento)

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Capítulo 4 FRAGMENTO
(Fragmento)

El atardecer prehistórico es una nieve desmenuzada y fulgurante sobre el aerolito de mis ojos,
una cuerda amarillenta que me rodea a puñados,
batiendo mis costados con sus antifaces microscópicos y sus palas de cieno.
El atardecer cae por las laderas de mi montaña, de mi piel.
Cae brillando, sucio. Mis ojos
cavan en el aire amarillento el camino hacia la boca misma del paisaje: un jardín de mercurio,
helechos borrados por la pardusca niebla org{anica, helados animales que salen chorreando
de la infernal laguna que mi virtud natatoria no comprende,
una laguna de quebradizos reflejos y de ecos húmedos.
me sumerjo, sin embargo. El atardecer amarillea astros arriba, es una olvidadiza carne.
sobre el fuego del mundo y sus inextinguibles torres y el barro inagotable que lo cimienta.
La carne del atardecer es mi propio cuerpo reflejando la inconcebible radiación del sol prehistórico,
me he ido sumergiendo y al mismo tiempo estoy aún en la orilla de la laguna, mirando
a las lustrosas fieras devoradoras consumiendo su fardo de vida a toneladas,
filosofando con el ilegible y sangrante ensamblaje de sus entrañas,
durando con un heroísmo de estrellas, de imparciales tempestades, de cordilleras animadas.
Es pues verdad que la agotadora atmósfera prehistórica me ha dividido y que un yo
está flotando como un feto en el agua embrionaria y ardiente de la laguna donde pacen las bestias de los ojos cósmicos
- y otro yo está en la orilla del agua, entre los helechos azules y los pedernales inéditos,
enredado a la brisa suntuosa, confundido con la rojiza tierra que parece hablarle
con un idioma de rayas y de puntos, de hidiza clavemorse prehistórica: es que la tierra
es la civilización invisible de millones de gérmenes, locuaces microorganismos
que siento latir bajo mis pies (mis pies: partículas entintadas de historia y de padecimientos,
pedazos enteros de sentimientos de caminante
mecanismos y utensilios carnales de paseo)...
Mis vértebras, puras, brillando entre cristales.
Y mis manos lentas sometidas al sol más extravagante: un par de mis manos girando debajo del agua elemental;
otropar en ardua visera, a orillas de la laguna.
Humea mi pecho, es un peñasco turbio; mi sexo, firmemente enraizado en la caja de mi cuerpo,
tiene un peso de piedra preciosa iluminando los pasadizos de mi oscura anatomía.




Huerta, David. Incurable. México: Ediciones Era, 1987. p. 160-161

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