Preciosa Herlinda (Toma el estetoscopio y atiza las brazas de este fogón)





Preciosa Herlinda:

He vivido en varias noches persiguiendo un motivo para escribirte. Aún no lo encuentro, pero ya decidí tomar un bolígrafo para encontrar el fantasma que me estrangula la garganta de la mano. Hace tres años te envié el último mensaje e intento recordar el orden de las palabras mencionadas, no obstante el océano de ruido que nos separa me impide escucharlas. Muero de ti cada que me permito asombrar por un trapecista en el circo que vino al pueblo, de quien pienso que me he enamorado. Sufro por vivir en recuerdos que no existen, en donde tomados de la mano avanzamos hacia la tribuna; tú observas la carpa, te gusta la combinación de las líneas y la forma en que cae sobre el pasto seco. Yo observo al trapecista e imagino un romance de tres. Preciosa Herlinda, muero de muerte, de ceniza que hay en tus ojos cuando de noche me dices te amo y te llevas las manos a la cara. Muero de un corazón que se pelea con sí mismo porque no decide si vivir o simplemente morir. Te llevé tres veces al parque y subimos en un pequeño bote de remos, te di helado de moras en la boca con una cucharita azul, sonreíste y dijiste te amo con tal sensualidad que te hice el amor hasta volverme morado de dolor; fuimos al parque y nos escondimos en un árbol porque nos persiguieron algunos temores, ahí me diste otro motivo para tocar tu cuerpo que aún no acabo de comprender; fuimos al parque y juntamos las semillas de un árbol prehistórico en un tibio invierno; nos enojamos en la noche porque yo no sabía reaccionar ante tu belleza fantasmal, porque era un adolescente ensañado con sí mismo y no comprendía tu perfección astral. Preciosa Herlinda, extraño las eternas épocas de angustia cuando no sé cómo calzar ese par de conejos que compré con la intensión de cautivarte, ahora tengo una granja y le podría proveer de zapatillas a toda la población del planeta, así evitarían rasgarse los pies al caminar los largos y amplios valles de espejos que fueron rotos por tu ausencia. Acaso no te dije te amo con la intensidad que merecías, acaso lo dije lejos y cuando llegó a ti ya se había convertido en un vete. Acaso cuando dije vete lo pronuncié muy cerca y se metamorfoseo en un nunca, y cuando dije nunca estuve detrás de la ventana que sólo decía no estoy.

Espera, iré a nadar un rato, pronto una embarcación vendrá a recuperar el fuego que le robé a un hombre que corría, pues sus hermanos morían de hielo; yo también moría de hielo y entonces no sé cómo dejar de consumirme. Ese afable murmullo otra vez, aquí sólo escucho que me dicen tómalo y cierra los ojos, pero no sé qué tomar porque tres objetos me enviaron en una bandeja. Tómalo me dice y los tres se pueden conjugar con la misma voz, con el mismo sustantivo onírico. He intentado tomar los tres de una vez y todos se me resbalan, sólo uno quiere ser tomado. Me confundo porque es de noche. Uno es cándido, sonríe y luego grita, lo llamé Eliván. Otro es marrón y justo es el que duerme; cuando le dije que se llamaría Ivár gimió tan veloz que no le vi pasar. Supe que dicha fue su acción porque el tercero, Jibfrzrán, me lo susurró en una canción. Cerré los ojos y apareciste. La noche cubrió todo, sentí celos y unas ganas de incendiar otra vez las plazas que ya sólo estaban en brazas. Sentí celos, preciosa Herlinda, pues al cerrar los ojos vi a todos tus amantes persiguiéndote en nuestro parque, en nuestro bote de remos y bajo nuestro árbol, del cual recolectaron sus semillas y las sembraron en la luna. Todas las acciones las realizaste y eras feliz y yo era tan infeliz que sólo podía abrazarme a mí mismo porque no tenía a alguien más que a ese cartero que viene todos los días con una hoja blanca y me dice escríbele, dile el te amo que le llegará convertido en un ramo de violetas; ya he roto la ventana y he reparado el tiempo que fragmentaron las palabras de tu pasado.

Me pide que te escriba, Preciosa Herlinda, pero tú ya eres feliz y yo sólo sigo muriendo de este corazón hecho cenizas.

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