La dualidad, el vacío y el lenguaje de Alejandra Pizarnik

Ayer, a punto de tirar algunas cosas viejas, encontré uno de los primeros esbozos de crítica literaria que realicé. Me pareció interesante retomarlo. No recuerdo si todas las palabras son mías (esperaría que sí) a éstas les dí lectura en una pequeña reunión que se realizó en conmemoración al aniversario de la muerte de Alejandra Pizarnik. Espero que lo encuentren atractivo.





La dualidad, el vacío y el lenguaje de Alejandra Pizarnik




El lenguaje silencioso engendra fuego. El silencio se propaga, el silencio
es fuego.

Era precioso decir acerca del agua o simplemente nombrarla,
de modo de atraerse la palabra agua que apague las llamas de
silencio.

Alejandra Pizarnik, "Endrechas"


Hablar acerca de Alejandra Pizarnik y de su obra es quizá la labor más difícil que he realizado en los últimos días. El acercamiento a su lenjuaje me fuerza a percibir nuevos discursos dominantes que, de forma insigne, causan diversos y expansivos choques con el mío.

De mi voz no es descifrar su discurso, ni desenfadar con palabras frívolas el lastimoso sonido que su poesía admite sobre sí misma, pero es necesario expresar el eco que de mí se desprende cuando la miro en palabras, cuando me canta en pozos y me embiste con sombras.

El gran dilema del poeta es el lenguaje, siempre el lenguaje. ¿Qué sería del poeta si éste fuera ausente o si no se tuviera la competencia para exhalar las concreciones que le emerjen momento tras momento? ¿Qué seria de su discurso si asustados los sonidos retrocedieran? Alejandra lo supo y la duda de prorrumpir con exactitud lo que "la otra" expresaba era la consecuencia de una muerte imperecedera.

En La tierra más ajena ya se notaban sus lecturas y los rumbos de su obra: lectura de poetas surgidos tras la Primera Guerra Mundial (anglos en su mayoría), cuyo ambiente literario fue confuso al remontar el segundo tercio del siglo XX. A partir de aquí es posible notar el enfoque decadente de su conciencia y una visión clara del mundo que, posteriormente, brinda credibilidad a su poesía basada en el simbolismo y en el tiempo metafísico, así como los leit motif que comprenden sus escritos: recuerdos de la infancia, el miedo, el dolor, las ausencias, la duda y la alteridad.

Con Arbol de Diana su poesía se disgrega del intelectualismo, evita la frivolidad de la métrica y las posibles influencias de los movimientos vanguardistas latinoamericanos. Los poemas, en verso libre y breves en su mayoría, descienden de ese mítico árbol, prologado por Octavio Paz, que en sus propias contradicciones logran lucidez y coherencia, igual que las dualidades, siempre peleando una con otra.

La temática aumenta, la soledad de la conciencia sobresale, asimismo el vacío y la dualidad de "una pareja como no existe otra":

Ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ela tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe

El poema que no digo
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.

Alejandra se corona con la imposibilidad de una comunión con el lenguaje, su lenguaje, con la duda del devenir y con el infortunio de representar todos los papeles en su misma creación:

Explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome.

El lenguaje figura como una vía de comunicación entre el poeta y el vacío (la no-voz, la indiferencia del hombre), que busca ser representado:

Como un poeta enterrado
Del silencio de las cosas
Hablas para no verme.

El silencio, siempre el silencio, el factor de las revoluciones internas, la máscara que resguarda a "el otro" o "los otros", el primer puente de la dualidad. "Hablas para no verme", te refieres al mundo y lo que no existe, lo que no es, así, bajo el capote te escondes y no te encuentras, es decir, no me encuentras.

Árbol de Diana ecuentra el lenguaje exacto, los matices idóneos, los claroscuros perfeccionados, y los condensa en pequeñas estrofas que abren pozos profundos al momento de querelos concretizar en una lectura. Alejandra no divaga con el lenguaje, no se permite perseguir por la incertidumbre de si éstas son las palabras justas, las que deben manifestarla, las que no se esfuerzan y no mienten: cansada está del lenguaje y ahora sólo se permite hablar y decir, contar sobre ésa épica invisible que le inunda el sueño:

Estos huesos brillando en la noche
estas palabras como piedras preciosas
en la garganta viva de un pájaro petrificado,
este verde muy amado
este lila caliente
este corazón sólo misterioso.

La poesía de Pizarnik es un vastos sistema de escritura, un universo de voces y silencios donde se unen presente, pasado y futuro, ella se sienta a observar esta unión, la de sí misma, su propio baile, su propia mitología gestándose en sí misma. Es el momento de nacer y encontrarse otra vez la misma, de nacer tantos tiempos, tantos lugares el mismo recuerdo, las mismas voces, el mismo lenguaje, y es tiempo de buscar el espejo en donde ha de mirarse nuevamente para seguir siendo la "pequeña náufraga", "la niña extraviada" o "la estatua dehabitada de sí misma":

Ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de la mirada.

Y al mismo tiempo es la nueva, la última:

no más dulces metamorfosis de una niña de seda
sonámbula ahora en la cornisa de niebla

su despertar de mano respirando
de flor en flor que abre al viento

Extraño desacostumbrarme
de la hora en que nací.
Extraño no ejercer más
oficio de recién llegada.

Alejandra es la sigilosa, todas las mujeres, todas sus sombras, sus nacimientos y sus muertes; es la siempre ida y la siempre vuelta, el puerto y la nave, el pozo, la niña que se aleja y la que vuelve. Y no estamos lejos de ser ella, somos ella y gozamos ser ella y nos la comemos y nos la bebemos.



Alberto Aradraug
Septiembre, 2003

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