Un Laberíntico Asombro

El ensayo es una de mis modalidades favoritas en el uso del lenguaje escrito ya que ofrece un espacio abierto de posibilidades temáticas. En un ensayo divagas, hablas sobre un tema (el que te atraiga) y se lo muestras al mundo. Éste debe tener una base teórica y fundamentos claros. Ser ensayista no es fácil, pero con el tiempo es posible pulir un estilo. Eso intento. A continuación un ensayo (no pulido) con el título "Sangre".


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Sangre


Cuando se iluminó el silencio, el pequeño espectro del abismo dijo un nombre y derramó el sorbo que mantenía en su boca.

–Sangre –dijo.


Escribí esas líneas hace varios años cuando aún cursaba la carrera. No sé si llamarlo poema o “cuento brevísimo”, como alguna vez alguien nombró a este tipo de escritos. ¿Poema? ¿Qué tiene de poético, en dónde radica la pequeña pizca, el sorbo ligero de arte en esta unión de palabas que parecen significar algo? No lo sé. Ayer tampoco supe cuando lo mencioné en mi plática, por ello decidí referirme a él como "un cuento brevísimo", –¡qué absurdo!, ahora pienso. Y no fue todo, incluso hice una pequeña teoría en torno a él (también absurda).

–Es un cuento circular –dije.
–¿Por qué?
–Porque todos sus elementos se relacionan entre sí, forman un círculo semántico (¿Qué carajos significa “formar un círculo semántico”? De repente lo dije. Y aunque suena coherente, en ese momento necesitaba tener una respuesta, por si se me preguntara. Pero no llegó).

El receptor de mis mensajes guardó unos segundos de silencio y en seguida demostró duda.

–¡O un pedo así me dijeron quienes lo calificaron en un concurso, el cual, por cierto, gané! –anticipé antes de recibir otra pregunta.
–Me gusta lo que dijo –respondió él refiriéndose a lo que el personaje de mi cuento dijo–, no es cualquier palabra.


Es verdad, “sangre” no es cualquier palabra, es una serie de símbolos y sonidos que hacen referencia a aquello que consideramos un líquido vital para nuestro ser. Sangre, que hermosa palabra, muy llena de textura, de intenso color rojo, de aroma a pétalos secos, de sabor a muerte y, paradójicamente, a vida. “–Sangre –dijo” y derramó el sorbo que mantenía en su boca. ¿Acaso el ejercicio más cotidiano, derramar por nuestra boca? Derramar un escritorio, derramar un ciento de hojas blancas o escritas en el mejor de los casos, derramar un retrete, un piano, un fantasma en pleno mediodía, derramar un mar, una bahía. Reflexiono.

¿Acaso no hacemos algo más que derramarnos, desparramarnos? Me gusta la idea del desparrame: implica violencia, desenfado, enojo, coraje; implica también dolor (pienso en el desparrame del vómito, y no sólo de esas piecesitas de materia medio digerida que efluviamos por la boca cuando tenemos una fuerte infección estomacal, sino los vómitos verbal, neural y el artístico: vomitar una obra de arte, asqueroso y estético).

Pero regresemos al dolor: duele crear, o al menos tengo la idea de que el dolor fecunda más que la felicidad, por eso recurrimos constantemente a él; es necesario sentir dolor.

Al retomar la idea del desparrame de sangre encontramos el fondo de toda esta maraña: expresar sufrimiento. Un espectro del silencio –de nuestro cuento brevísimo– expresa sufrimiento.

Y ahora vamos por partes. ¿Qué es un espectro? Para quienes nos esforzamos poco por comprender todos los significados de una palabra, “espectro” nos suena a un ente desconocido, grotesco y que causa miedo. Para los doctos en el lenguaje, espectro significa más, por ejemplo: una “imagen”. Un espectro es una imagen o la idea que se tiene acerca de un objeto: “crearé un espectro para delimitar mi perspectiva que tengo sobre tal o cual tema”. Un esbozo. Y si un espectro es un esbozo, ¿cuál es la imagen que representa? ¿A quién refleja?

Ah, esto se pone interesante.

Entonces el espectro no es el sujeto, sino su reflejo. De hecho ni siquiera es un reflejo porque sólo es la idea que se tiene de ese reflejo. Entonces, el espectro del abismo significaría algo como: la “hipótesis del abismo”, un ensayo, una idea del abismo; un reflejo vil y vago de lo que consideramos abismo (cavidad desconocida sin principio ni fin, sin significado y quizá sin existencia).

“Sin existencia”. Ahora hay dos elementos que no existen: primero el espectro (que ya definimos como una idea no concreta) y ahora el abismo, ya que nadie ha visto un abismo o no ha estado ahí porque es obvio que no regresaría para contarlo. El abismo no debe tener fin y se le parecería al universo, que es donde habitamos. ¿Estamos en un abismo? ¿Significa que no existimos?

Ya tomamos la idea de “espectro del abismo” en donde espectro funciona como reflejo de un sujeto (abismo). Tomémosla de otro modo: espectro es un sujeto que sale del abismo. Si, como dije, habitamos en un abismo (el universo), somos ese espectro, ese ser sin existencia (la contradicción tiene su propósito marcado) que, paradójicamente, emerge. Y emerger significa salir, brotar, querer ser. Así, el espectro del abismo, simboliza al ser humano con la idea de existir.

Continuemos con “cuando se iluminó el silencio”, una parte subordinada de la idea que terminamos de estudiar. En esta oración, el sujeto “silencio”, ¿se puede iluminar? ¿Existe esto en nuestro mundo? No, y obviamente guarda un significado, que en este caso es obvio: deshacer el silencio, romper el equilibrio de la oquedad (¿el abismo?), agregar ruido o un nuevo ritmo. Encender la luz no necesariamente se debe entender como iluminar o mejorar, ya que hasta la oscuridad tiene su armonía. Pero en este caso sí: iluminar es ofrecer una nueva perspectiva del universo.

El silencio se ilumina, cambia el entorno y se distingue una figura: la del espectro del abismo (el ser humano emergente) que dice “un nombre”. ¿Cómo utilizamos esta palabra? Para delimitar a un sujeto (activo o pasivo) y brindarle una identidad. En nuestro mundo, el nombre lo es todo: nuestra propia marca, nuestra llave; por medio del nombre existimos. El sujeto que nos interesa (el espectro del abismo) dice “un nombre”, es decir, señala a alguien, al objeto de su pensamiento (nuevo, por cierto, ya que, si recordamos, acaba de despertar) y éste es “sangre”, producto de su vómito verbal; “sangre” que, como también se dijo, emana de sí como respuesta al dolor, un dolor intento (éste se mantenía “en la boca”, como símbolo de la necesidad de expresión).

Este breve estudio semiótico, en el que no mencioné a Julia Kristeva, Propp, Sander Pierce, Umberto Eco, Greimas Lacan, Jackobson o Foucault demuestra que cualquiera puede reinterpretar su propias palabras y encontrarles un significado, pues somos hijos de un lenguaje propio en el que los significantes también son propios de nosotros, de cada quien, somos dueños y señores de lo que manifestamos.

Derramar sangre e iluminar los silencios, ser espectros emergentes. No hay nada como eso.

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