Hebefrenia


Hebefrenia
Alberto Aradraug

¿Dónde está la salida, dónde el barquero? Me sumergí en un sueño y vi mil rostros, todos eran míos. Algo rugió entre las montañas y vino hasta mí convertido en serpientes de fuego. ¿Dónde está el barquero? –lo pregunto. Soñé mil risas, que no me pertenecían, y un cuerpo desconocido, aunque sé que le conocí: le tuve en mis brazos y le vi desvanecerse como un niño muerto. Esta vida apesta a cadáver, alguien debió dejar destapado el féretro de los anocheceres. Durante el sueño vienen lanzas finísimas, creadas con un cristal que mis poros absorben. Deseo amanecer colgado en el huerto de los olivos donde el mayor astro me esperaría para consumirme. Quisiera cubrirme los oídos para dejar de escuchar ese bufido que me acaricia con su lengua cada que cierro los ojos. Ahí viene el buitre. Otra vez anunciaron que vendría el buitre, pero yo ya no tengo un hígado suave, ya sólo dependo de un pedazo de roca. No obstante, aún duele, aún se desintegran minúsculos suplicios en mi mente. Debí decirles que yo no era a quien buscaban, pero no obtuve tiempo para hacerlo: nací en la camilla de una ambulancia varada en el cortocircuito de la avenida principal. Pude ver cómo un remolino entorpeció el tráfico de camino a hospital. Estoy hecho de pétalos suaves, palpo mis brazos para desmoronarlos porque enseguida reaparecen; palpo mi lengua para reconocer mi existencia, pero no hablo, o quizá ellos no encuentran mi cura. Otra vez el buitre. Ya les dije que no tengo un hígado suave, que sólo hay una roca y que mi ingesta se compone de pequeños insectos luminosos. Nadie me encuentra. Siempre estoy detrás de la puerta para admirar a los otros, para ver cómo se atavían con las vestimentas de seres exóticos –yo uso mi dedo para lamer la pulpa de un árbol que me acaricia la orfandad. Otra vez el rumor de una bestia que se aproxima, otra vez el salvaje suicidio de todas las princesas, otra vez las ventanas sangrantes, otra vez la infinita sequedad de mis ojos. Voy a exigirle al barquero, voy a llamarlo por todos mis nombres, voy a regalarle mi único par de sandalias y caminaré sobre las rotas constelaciones de mi destino. Se fragmentó el tiempo, caí a sus aguas para flotar sobre una red mecánica que empieza a sacudirme los dientes. ¡Quiero expresarlo, Señor! Quiero arrancarme estas palabras sucias que me inflaman el aliento, quiero escupirlas como nos escupiste en el lejano principio de los tiempos, quiero babear como el perro que muere a solas ahogado en su rabia, quiero permanecer en el cuarto oscuro, castigado como el niño que rompió la vasija de la sabiduría, el contenedor de los reencuentros. Quiero ahogarlo como dos gotas de sangre en el maremoto de las aguas más profundas. Quiero escarbar y encontrar el tesorito perdido, marcaré el lugar con una equis para venir al final del tiempo y recuperar mi codicia, para llevarme mi secreto más limpio. ¡Alguien llega! Alguien pronuncia el primero de mis nombres, pero mi locura evita que acuda a él o a ella, me dispersa, me divide en todos los que soy y únicamente convoco a quienes también se burlan de mí, entonces yo también me desprecio, me escupo los pies porque son tristes, porque no logro enfrentar mi memoria. ¡Palabras sucias, errantes, Señor! Palabras sujetas por una cuerda al estómago del universo. Perezco otra vez, caigo por un canal de niebla, escucho gritar a todos los que fui, escucho cómo enmudecen todos los que fui.

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