Maniobras de escapismo




Maniobras de escapismo

Alberto Jiménez



Un perro adiestrado cruzó la calle. Un hombre dotado de cuatrocientas cualidades lo miró desde la ventana. La mujer del hombre de las cuatrocientas cualidades llamó desde la puerta de la habitación. “Traigo tu té de jengibre”, dijo. La mujer sostenía una bandeja, sobre ella había un platito que a su vez sostenía una taza con té y una cuchara. Nadie respondió. Tras la mujer, que proyectaba una sombra de gran fisonomía, apareció un niño. El niño se dividió en dos y bajó por la escalera, al mismo tiempo abrió la portezuela que conduce al ático y subió. La mitad del niño que bajó resbaló con un patín, se golpeó la cabeza y falleció instantáneamente; la otra mitad cerró la portezuela del ático y encendió un fósforo. El fósforo mostró una habitación pequeña. La habitación pequeña guardaba pocos objetos. Los pocos objetos ocultaron un último objeto que jamás fue descubierto. El objeto jamás descubierto se evaporó en un acontecimiento desafortunado mucho tiempo después. La mitad del niño que subió al ático abrió una ventana que mostró la noche estrellada. La noche estrellada anunció un reflejo en la distancia. En la distancia un circo llamó a los habitantes del pueblo. Los habitantes del pueblo compraron sus entradas. Las entradas, que eran pequeñas, se desintegraron en los bolsillos de los espectadores al entrar a la carpa. A la entrada de la carpa esperaba la mitad del niño que resbaló con el patín. El patín hizo lo propio con la mujer del gran semblante, quien, al llevar la bandeja a la cocina, resbaló. La bandeja sucumbió y rompió la taza. La taza derramó el té. El té escurrió y salió por la puerta principal. A la puerta principal llegó un perro adiestrado que había cruzado la calle.


Comentarios

Entradas populares