12 de octubre

Es de mañana. Es lunes. Hay una playa limpia, rocosa, bucólica. Aquí deberías estar, aquí tus palabras de bufón sembrarían aves y me cantarían para crear señuelos tuyos, con los cuales caminaría rodeando el borde del mar. Ahí está la calle donde habitan las sombras que mencionaste alguna noche. Dijiste que te perseguían artefactos cuyos nombres no encuentro entre mis apuntes. Yo te pedí el silencio, te aseguré que ahí afuera no existía sino una constelación oceánica en proceso de equilibrio. Te djie que salieras, que caminaras rumbo a la tienda de abismos y me trajeras un agujero negro cubierto con un velo de terciopelo. Jugamos por las noches con él, creamos nuestro propio circo y me regalaste un nombre. Adquiriste el tuyo. La soledad de nuestras páginas se llenó con el bálsamo de la ficción. Yo era un trapecista, tú me presentabas y yo saltaba. Una tela de araña con cables de seda me esperaba por debajo si en el curso del vuelo alguien me interrumpía con su respiro. Me mostraste puertas dulces, me enseñaste el arte del trapecio. Hoy no sé cómo olvidar la técnica del salto, siento el impulso de saltar al encontrar un abismo, aún del más pequeño. Siento la necesidad de correr el riesgo, de ser atrapado por un arácnido al caer, de finalizar con una reverencia en espera del aplauso. Soy Huba, un antropoide de malos hábitos que se alimenta de galletas, y de ficciones. Aún espero por ti, colgado de un acantilado. Aún tengo la esperanza de que esta arena modele tu ser y me regrese todos tus poros. Aún no encuentro la forma de decir las palabras justas que me pediste, con la cual expresaría una verdad que entonces era amorfa, pálida. Hoy, en este cuarto solitario que es el universo, creo que tu ausencia multiplicó mis recuerdos y mis anhelos.

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