Perder toda esperanza [Archivo AG L762.766.2010 Nunca me abandones / Never let me go]

No fue difícil leer Nunca me abandones (Never let me go), de Kazuo Ishiguro. De hecho hasta ahora es la novela que encuentro con un lenguaje más sencillo y estructura sin complicaciones. No obstante, demoré la lectura por la carga de trabajo y tareas que tuve en los últimos días, punto aparte el hecho de perderla en el asalto del que fui víctima -sí, lo sé, suena a mucho drama. Como sea, terminé de leerla (en el baño) y no lo esperaba.

El sábado por la mañana, camino a la escuela, leí las casi últimas 16 páginas y dejé entre cuatro y cinco al final, pues el tiempo fue insuficiente y debí bajar del autobús. Quedé un poco intrigado: un personaje entrañable fallece y no sé sabe cuál es el destino del último (el narrador... la narradora). De regreso a casa me dio un fuerte dolor en el abdómen, un dolor tan monumental como aquel que sentí la tarde cuando me tuvieron que hospitalizar hace 13 o 14 años, así que en lo que menos pensaba era leer las últimas páginas. Llegué a casa y corrí al sanitario... pero nada ocurrió. ¡Ja! Observé mis manos: llevaba la novela, así que ahí, sentado con los pantalones abajo, leí dos páginas y al cambiar de hoja noté que el espacio era blanco, no había más, ya había finalizado. No sé cómo describir el momento: es comparable si se tiene la escena en que un niño va a recibir una paleta de caramelo rojo macizo, se le pide que cierre los ojos y que los abra en el momento que se da el mayor acercamiento a su boca. Al abrirlos se da cuenta que la paleta va en retroceso.

Entonces regresé, releí las dos páginas por segunda vez y me devasté. Sentado en el inodoro (con los pantalones abajo) me devasté. Por primera vez escuché el silencio fantasmal de un mundo olvidado; vi los gritos de Tommy, vi los últimos gestos de Ruth y las lágrimas ahogadas de Kathy; observé caer a la ficción en una copa de papel, consumiendo todas sus letras y sus nombres, les miré como cenizas que de tan blancas desaparecen. Qué difícil es recuperar la esperanza perdida, qué difícil es hacerla mía otra vez, qué difícil es aceptarla cuando ya no la pensaba, qué difícil es quererla de regreso.

No sé si Nunca me abandones es la mejor novela de la década, como lo dijo la revista Time, es sólo que a veces uno encuentra instrumentos que embonan en cierta parte que uno desconocía de sí mismo. Si hay belleza en esta novela no está en otro sitio sino en ese agujero que espera absorber letra a letra del contenido que guarda, para explotar febril en el momento menos esperado.






"Oh, baby, baby, never let me go"
Judy Bridgewater.


Ruth (Keira Knightley) y Kathy (Carey Mulligan) se reencuentran con Tommy (Andrew Garfield) para ir a ver un barco encallado, símbolo del olvido y el tiempo que no se recupera, en la adaptación cinematográfica de la novela Never Let Me Go de Kazuo Ishiguro dirigida por Mark Romanek.

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