Los peligros de un inicio


Todos sabemos que los inicios son como aquello que Neil Amstrong llamó "Este es un pequeño paso para un hombre pero un gran salto para la humanidad". No son cualquier cosa. Ninguno.

No sé si alguien lo sepa, pero es probable que pocos hayan notado cuántos inicios logran en un año. De hecho es más seguro que notemos los finales.

Podemos iniciar una nueva etapa en nuestro curso educativo, un nuevo proceso para mejorar nuestro físico (rutina deportiva, dieta, uso de alguna crema, un medicamento...), un proyecto personal (el que sea, todos son válidos), la escritura de un libro, un diario, un blog; podemos iniciar una cuenta de ahorro, la construcción de un nuevo hogar, la recuperación de la familia, de una amistad olvidada o perdida; podemos iniciar un cambio en nuestra persona cuando conocemos partes que consideramos oxidadas, rotas, extraviadas. Pero siempre el inicio más importante (lo cual también significa difícil) es aquel que tiene que ver con las emociones más íntimas, porque ello implica susceptibilidad.

Es sencillo dar un pequeño paso porque probablemente todos tenemos la certeza de volver sobre nuestras propias huellas si no avanzamos demasiado y entonces regresamos a nuestro sitio seguro, aquel donde permanecemos y solemos movernos poco. Es sencillo tocar a los extraños, de quienes vivimos fascinados en tanto les desconozcamos y sepan poco o nada de nosotros. Es sencillo vivir de momentos fugaces y despertar con la misma seguridad de todos los días, ésa de "me pertenezco, soy mi único dueño, aquí estoy a salvo".

Ésa es la regla por la cual se rige la mayoría en la actualidad.

No obstante, algunos tomamos riesgos y elegimos el camino de la cuerda frágil que une los dos extremos de un cañón inconmensurable. Algunos decidimos dar un paso tras otro porque necesitamos confiar en esa expectativa de "conoceré a alguien bueno", aunque quizá no hayamos sido tan buenos como lo que esperamos encontrar (nunca se es bueno completamente). Algunos confiamos en las coincidencias, en los juegos del azar y en la voluntad que el universo tiene con nosotros. Y accedemos, permitimos ser descubiertos, tocados, conocidos por un extraño a quien le abrimos nuestras páginas para su deleite, porque también es nuestro deleite. Le otorgamos una de tantas llaves con las cuales su llegada es más que un simple inicio: un inicio prolongado. Y ése, una vez más, es nuestro deleite.

Y son tantas las posibilidades, y son tantos los caminos, y son tantas las formas, y son tantos los medios y los mecanismos y los destinos... que confiamos en la singularidad de un encuentro, como si fuese un milagro puro y propio (y quizá lo es, nadie puede negar lo que desconoce).

Hablo por mí desde este panorama nuevamente extraño, nuevamente único, diferente, nuevamente en blanco; les cuento porque aún en estado susceptible, aún con las incertidumbres adquiridas en este nuevo inicio, pienso una vez más (y vuelve a ser una primera vez) que hay una posibilidad de olvidarme de ese "me pertenezco, soy mi único dueño, aquí estoy a salvo"; hay una posibilidad de aplicar la sabiduría de mi madre y otras personas: confía, comunica, asómbrate y comparte (da confianza, abre tu canal de comunicación, asombra y permítete recibir); hay una posibilidad de que esto sea amor y no sólo sea un inicio o un inicio prolongado, sino una espiral ondeante y perpetua.

Al menos así lo creo.



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