Certificado [de Sirius y Artemisa]




Alberto, ¡mi muy querido!

La voz de los halcones que gritan en la fuente de las justas vino a mí de madrugada. La voz laberíntica de tu amado Sirius, tan blanco, tan profundo y hermoso en el poniente de tus noches interminables vino a mí con una carta parlante de tu sufrimiento. Sé que te sobrepasa el tiempo, que eres el hijo mal visto de Crono, quien decora tu rumbo con falsos y fugaces placeres. Conozco tus risas ligeras y breves, cálidas como lluvia de abril, como viento de olmos. Conozco la imagen de tus ventanas que descienden sus cortinas y sé que adentro la orfandad cerró las fallebas. ¡Mi frágil Alberto! Mi Niño Exhausto. Mi Violín Roto. Mi Arlequín Dividido por la alteridad que ya no soporta, vengo a ti para extender en tu alfombra este certificado escrito por mí y por Sirius el blanco, amantes tuyos desde siempre, desde el principio y hasta el final de los tiempos. Traigo a tus manos delicadas –ahora ásperas por las paredes de esta caverna que has decidido habitar– un pequeño símbolo, cofre de bienaventuranzas dictado por el creador de las aves desde su jaula de nubes en el cual se te dice que afuera ya no existen los temores ni vagan desdichados camellos en los desiertos del universo infinito; ya no se caen del cielo las estrellas rotas porque se les ha brindado a nuevas ninfas el don de la reparación estelar. Te certificamos que la noche extiende sus cortinas hasta donde se elevan castillos grises, pálidos por la luz de la mañana, y donde surgen continuamente sabios castores cuya labor es recuperar tus poemas al final del día. Te certifico que cuando el pincel caiga de tu mesa, un suave cardumen de peces plateados dibujará una nueva brocha entre tus dedos, y que ésta sólo podrá pintar los destellos que ocultaste en tus sueños. Niño, tus ojos perecen en los ojos de Sirius, quien su flama extiende con brazos fuertes que insisten en abrazarte porque tú aún no comprendes que es tan vasto el amor y que de él no se sufre.

No duermas de tarde, contempla la caída de Venús y Júpiter. No descargues tus furias en tus delicados brazos ni congeles tus risas en el ayer, Niño de Cavernas. No tomes la oscuridad como un abrigo. El desdichado muere a solas y se pierde en la selva oscura para no aparecer en ningún sitio. Te otorgamos este certificado desde el lomo de una luciérnaga que nos conduce al intangible trono de la Bienaventuranza Primera, te lo otorgamos y callamos para contemplar tu salida y escuchar por vez primera –todo en ti es una vez primera– el arrullo suave de tu voz que canta.


Artemisa y Sirius, desde una luciérnaga interminable



Alberto Aradraug





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