Ka (fragmento)


Ka
Roberto Calasso

Mientras se acercaba al Bosque de los Cedros, con su paso febril y ligero como respuesta a una determinación inflexible, Śiva se sintió habitado por tres pasiones, que convivían en él y se irritaban entre sí, porque cada una era exclusiva y podía rechazar a las otras. La primera, la más remota, era la culpa del brahmanicidio. Śiva tenía la sensación de haber nacido con esa culpa, a pesar de que recordaba perfectamente cuántos miles de años habían transcurrido antes de que la uña de su pulgar izquierdo amputase la quinta cabeza de Brahma como un fruto maduro. Pero aquel episodio le parecía tan sólo una tardía consecuencia. ¿Consecuencia de qué? Quizás de la existencia del mundo.

La pasión era el luto por la muerte de Satĩ. También ésta, llaga reciente que atravesaba sus fibras de un extremo al otro, parecía pertenecerle desde siempre. Todo amante abra sobre todo a un ausente. La ausencia antecede a la presencia en el orden jerárquico. La presencia es solamente un caso particular de la ausencia. La presencia es sólo una alucinación que dura un cierto tiempo, y que no disminuye el dolor en absoluto. Śiva veía frente a sí a algunos altaneros que no se preocupaban por el porvenir, ciertos indigentes del lejano Oriente que un día habían creído ser los únicos que sufrían, sectarios de lo irreversible. Los contemplaba con simpatía y les hablaba, aunque sus palabras eran un murmullo que ellos no podían oír: Que el mundo sea una alucinación o la mente sea una alucinación, que todo retorne o que todo aparezca una sola vez: en cualquier caso el sufrimiento es el mismo. Porque el que sufre forma parte de la alucinación, cualquiera que sea su naturaleza. Entonces, ¿en qué reside la diferencia? En esto: si en el que sufre está o no está aquel que mira o aquel que sufre. Por ahora, no quería decir más que esto.

Había, en fin, una tercera pasión, que el primer estremecimiento del aire había despertado y ahora crecía, se hinchaba en una ola y lo impulsaba hacia adelante, a lo largo de los senderos más ásperos, invadido de una euforia, de una insolencia, de una inconsistencia que no conocía desde hace tiempo. ¿De qué se trataba? El presagio de muchas mujeres desconocidas, la acción a distancia de cuerpos que nunca había visto y que le parecía estar espiando ya, en espera de arrollarlos. Pero, ¿de quiénes? De mujeres rigurosas, puras, princesas indiferentes a todo trono, ardores celestes que se habían depositado sobre la tierra y llevaban en sí la sustancia astral.

Śiva trepaba hacia el Bosque de los Cedros. Apenas había huellas de pisadas anteriores. La naturaleza lo saludaba acelerando su despertar. Si alguien se hubiera cruzado con Śiva, le habría parecido un peregrino o un mendigo que ha perdido el camino hacia un santuario. O un bandido que se esconde en la montaña, puesto que su mirada nunca se levantaba del suelo. Buscaba el único lugar autosuficiente, que está dentro del mundo pero ignora al mundo. De vez en cuando algún antílope salía de la espesura y se erguía sobre las patas posteriores dirigiendo el morro hacia la mano de Śiva, que le ofrecía hierba. Eran los únicos seres que, en aquel momento, hubieran sabido cómo encontrarlo. (Calasso, R. 1999, 94)



Bibliografía

Calasso, R. (1999). Ka. Barcelona: Anagrama.

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