Incurable


Incurable [Fragmento]
David Huerta


Capítulo 8. Incurable

El muro hirviente toca mis uñas, mis cabellos de especimen,
y me sitúa en el vértice, me pone en las junturas, me toma por
los románticos sobacos
y va desconstruyéndome en la confluencia de continuidad y
verosimilitud, arduo comienzo.
Sudo, continuo. Sigo, tropiezo. Caigo hasta el ínfimo girón de
eternidad que por mí hablaba en medio de la tarde.
Rompo los muñones y salgo a ninguna parte, soporífero.

Por la calle la tarde es un licor
que nada sabe de la pesadilla ulterior,
un salmo violáceo, un especímen asombrado que se vuelve
contra sí mismo -y al hacerlo se descubre insólitos muñones
donde antes había jirones infinitos, primera ropa limpia.
Hasta que... Hasta que, decíamos, la ceniza de la mañana se
convierte en el muro hirviente.
Hasta que el alto sol muestra su jugueteo de animal ominoso.
Hasta que me descubro incurable y río con la risa de los dioses.

Incurable, dictaminaron. ¿Dictaminaron? s'i, merdodeaban
junto a mis labios mientras yo soñaba todas las pesadillas.

Me tuvieron en sus manos asépticas, me cantaron canciones.
Supe por ellos que había nacido en un país dolido, entre gente
que acostumbraba usar las rodillas
para la inicua sal de las laceraciones más fervientes.
Supe por ellos que mi penúltima palabra seria siempre la
muerte y que no habría última palabra
que ellos no decidieran. Pero ¿quiénes eran ellos? ¿Dónde
estaban en realidad mientras yo
soñaba en las más inicuas pesadillas, agarrado al muro hirviente y
con la camisa más sucia del universo?

Ellos estaban ahí desde el principio para decírmelo: incurable.
Incurable, lo repetían. Supe por ellos que era cosa grave...

Pero no voy a protestar, sé que hay algo que se llama el orden
mismo de las cosas
y sólo he de poner en semejante mesa una migaja de mi delirio
"personal", si se entiende lo que quiero decir.

Éste es el testimonio, éstas son mis palabras incurables:

A fin de reservarme el delicioso sabor de la muerte con
anterioridad
puse en mi mano derecha un pedazo del universo
y lo tragué sin saber que se trataba de mera mugre, de suciedad
a secas, de infame porquería. Luego puse mis labios
en el surtidor de toda ausencia y el deleite fue para mí en ese
momento irrecuperable
una directa transparencia donde cabían todos los paisajes, todos
los manjares, la murte misma -con anterioridad.
Toda ausencia fue para mí un aceite traslúcido, una fugaz y
recortada silueta sin sustancia.
Tuve los vicios, me dormí con una pierna en un charco de sangre
y la otra en el aire vacío al que daba
la ventana de un séptimo piso -y mis brazos colgaban
indolentes al lado de la cama. No era ningún Chatterton
sino un simple borracho, así me lo dijeron. Incurable, lo volví a
escuchar de bocas secas, cósmicas, adjetivas.


David Huerta. (1987). Incurable. México: Era. pp. 260-261

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