Historia de los dos que pelearon
Historia de los dos que pelearon
Hugo Hiriart
Mi padre sonríe cuando me habla de fantasmas. Un día me contó de una extraña aparición. No recordaba dónde lo había leído. Se trataba no de uno, sino de dos fantasmas. Admitamos que si puede aparecer un fantasma, pueden aparecer dos, y tan íntimamente coordinados que sólo se muestre uno si se muestra el otro.
La aparición tenía otra peculiaridad: no se trataba de fantasmas de seres humanos, sino de fantasmas de animales. Admitamos que si puede aparecer el fantasma de una persona, puede aparecer el fantasma de un animal. Y no sólo un animal, también, por ejemplo, el fantasma de un árbol. Se supo de un roble muy grande y copudo que se mostraba por breves instantes en el Zócalo a la hora del Ángelus. Nadie sabe el significado de esta aparición, que algunos tienen simplemente por ominosa y otros por francamente apocalíptica, según la leyenda que dice “si el árbol se manifiesta, sobrevendrá la desdicha”. Estos fantasmas de clorofila son poco comunes, aunque se ha hablado de las flores azules en el cuarto de la doncella o del árbol de plátano color de sangre que se manifestó de cabeza a un santón de la India o del clavel reventón flotando en la penumbra de las salas de cine o de la rosa perfecta que vio en el aire un bailarín cuando giraba en un casi imposible vuelo de danza. Algunos niegan estas variedades de espectros razonando que los vegetales no tienen alma y, dado que los fantasmas son almas errabundas, mal podría vagar y mostrarse lo que no existe ni puede existir. Pero es un error, y muy grande, pues no sólo verduras, sino hasta cosas y artefactos tienen alma, perduran y pueden mostrarse. Como el buque fantasma, horror del océano, de gran tonelaje y de todos conocido y celebrado, que navega a toda vela, haciendo tremolar sus banderas, pero sin tripulación ni pasajeros, perfectamente deshabitado y silencioso en a noche oscura del mar inmenso.
Pero volvamos a los animales fantasma de que hablaba mi padre. Eran dos perros, o mejor, el espectro de dos perros que rodaban peleando ferozmente por una antigua escalera. Y se oían los gruñidos profundos, las tarascadas, el golpe seco de los lomos contra los escalones, las uñas de las patas anhelantes pegando con ese ruido tan característico contra las duelas, y se adivinaba la talla de mastines. Los músculos tensos, el lomo erizado, la sangre en la pelambre enmarañada, los belfos levantados y el marfil de los colmillos entre la lengua roja, el espinazo arqueado, los ojos bestiales. Nada podía verse, sólo se oía el combate sin cuartel de los perros invisibles, la repetición del cuelo, de la antigua pelea de los dos animales eternamente cayendo por aquella escalera hacia el pozo de los tiempos, una y otra vez jadeando y mordiendo y rodando. ¿Hay imagen más precisa e infernal del odio? ¿Qué discordia no resuelta, qué aborrecimiento imperecedero había sobrevivido fantasmal a aquellos dos animales?
¿Y si no fueran dos perros, sino más, tres, cinco, diez perros lloviendo por la escalera como los toros de Goya que caen del cielo? Tal vez no eran los perros, sino la escalera la que estaba embrujada y distintos perros llegaban cada noche a combatir puntuales fantasmas gladiadores cumpliendo el ritual feroz e incomprensible de algún dios de maldad. ¿Y si no fueran perros los que descienden por la escalera, sino otro animal, un dragón amarillo de gran perversidad que engendra ese ruido horrible que parece pelea de perros como anuncio de su presencia insoportable? El desdichado que logra mirar cómo es esa bestia de crueldad, no la puede olvidar y queda loco sin remedio. Y algunos insisten en ver con sus ojos la forma de inconcebible repugnancia y pavor que asume la criatura, el dragón gusano de la violencia, cuando desciende lentamente la escalera.
Pero no, ésas son especulaciones vacías: la verdad es que, tal como me contaba mi padre, eran sólo dos perros, o mejor dicho, el fantasma invisible de dos perros (obsérvese que uso el singular, un fantasma para dos perros) que rodaban peleando con ruido grande y salvaje la vieja escalera embrujada.
Hiriart, Hugo. (1993). Disertación sobre las telarañas. México: Ediciones Era.
Hugo Hiriart
Mi padre sonríe cuando me habla de fantasmas. Un día me contó de una extraña aparición. No recordaba dónde lo había leído. Se trataba no de uno, sino de dos fantasmas. Admitamos que si puede aparecer un fantasma, pueden aparecer dos, y tan íntimamente coordinados que sólo se muestre uno si se muestra el otro.
La aparición tenía otra peculiaridad: no se trataba de fantasmas de seres humanos, sino de fantasmas de animales. Admitamos que si puede aparecer el fantasma de una persona, puede aparecer el fantasma de un animal. Y no sólo un animal, también, por ejemplo, el fantasma de un árbol. Se supo de un roble muy grande y copudo que se mostraba por breves instantes en el Zócalo a la hora del Ángelus. Nadie sabe el significado de esta aparición, que algunos tienen simplemente por ominosa y otros por francamente apocalíptica, según la leyenda que dice “si el árbol se manifiesta, sobrevendrá la desdicha”. Estos fantasmas de clorofila son poco comunes, aunque se ha hablado de las flores azules en el cuarto de la doncella o del árbol de plátano color de sangre que se manifestó de cabeza a un santón de la India o del clavel reventón flotando en la penumbra de las salas de cine o de la rosa perfecta que vio en el aire un bailarín cuando giraba en un casi imposible vuelo de danza. Algunos niegan estas variedades de espectros razonando que los vegetales no tienen alma y, dado que los fantasmas son almas errabundas, mal podría vagar y mostrarse lo que no existe ni puede existir. Pero es un error, y muy grande, pues no sólo verduras, sino hasta cosas y artefactos tienen alma, perduran y pueden mostrarse. Como el buque fantasma, horror del océano, de gran tonelaje y de todos conocido y celebrado, que navega a toda vela, haciendo tremolar sus banderas, pero sin tripulación ni pasajeros, perfectamente deshabitado y silencioso en a noche oscura del mar inmenso.
Pero volvamos a los animales fantasma de que hablaba mi padre. Eran dos perros, o mejor, el espectro de dos perros que rodaban peleando ferozmente por una antigua escalera. Y se oían los gruñidos profundos, las tarascadas, el golpe seco de los lomos contra los escalones, las uñas de las patas anhelantes pegando con ese ruido tan característico contra las duelas, y se adivinaba la talla de mastines. Los músculos tensos, el lomo erizado, la sangre en la pelambre enmarañada, los belfos levantados y el marfil de los colmillos entre la lengua roja, el espinazo arqueado, los ojos bestiales. Nada podía verse, sólo se oía el combate sin cuartel de los perros invisibles, la repetición del cuelo, de la antigua pelea de los dos animales eternamente cayendo por aquella escalera hacia el pozo de los tiempos, una y otra vez jadeando y mordiendo y rodando. ¿Hay imagen más precisa e infernal del odio? ¿Qué discordia no resuelta, qué aborrecimiento imperecedero había sobrevivido fantasmal a aquellos dos animales?
¿Y si no fueran dos perros, sino más, tres, cinco, diez perros lloviendo por la escalera como los toros de Goya que caen del cielo? Tal vez no eran los perros, sino la escalera la que estaba embrujada y distintos perros llegaban cada noche a combatir puntuales fantasmas gladiadores cumpliendo el ritual feroz e incomprensible de algún dios de maldad. ¿Y si no fueran perros los que descienden por la escalera, sino otro animal, un dragón amarillo de gran perversidad que engendra ese ruido horrible que parece pelea de perros como anuncio de su presencia insoportable? El desdichado que logra mirar cómo es esa bestia de crueldad, no la puede olvidar y queda loco sin remedio. Y algunos insisten en ver con sus ojos la forma de inconcebible repugnancia y pavor que asume la criatura, el dragón gusano de la violencia, cuando desciende lentamente la escalera.
Pero no, ésas son especulaciones vacías: la verdad es que, tal como me contaba mi padre, eran sólo dos perros, o mejor dicho, el fantasma invisible de dos perros (obsérvese que uso el singular, un fantasma para dos perros) que rodaban peleando con ruido grande y salvaje la vieja escalera embrujada.
Hiriart, Hugo. (1993). Disertación sobre las telarañas. México: Ediciones Era.
Comentarios
GRUPO : 1-1
ALUMNA : GUADALUPE MARTINEZ MARTINEZ
PREPARATORIA ESTADO DE MEXICO
GRUPO : 1-1
ALUMNA : GUADALUPE MARTINEZ MARTINEZ
PREPARATORIA ESTADO DE MEXICO
TURNO VESPERTINO
GRUPO: 1 TURNO: VESPERTINO
GIL LINARES MIGUEL ANGEL
PREPARATORIA ESTADO DE MÉXICO
Esta historia està llena, de sucesos fantasiosos que nos lleva a un mundo de imaginaciòn.
Grupo:1 Turno:vespertino
Sergio Eduardo Grafias Sandoval
ALUMNO:RICARDO AFAIM
GRUPO:1-1
con la imaginacion podemos acr muchs cosas x ejemplo vr cosas q'
no existen komo en la historia tambien nos encña q' pued' pasar en la vida real
DARIO MANUEL MALVAEZ BECERRIL
GRUPO:1 TURNO:VESPERTINO
PREPARATORIA ESTADO DE MEXICO
1er semestre grupo 1 ena patricia
GRADO:111
ALUMNA:GARCÍA MALAVEZ JULIETA
PREPARATORIA ESTADO DE MÉXICO
TURNO:VESPERYINO
estuvo entretenida
por que es algo fantaseosa
y la verdad en lo personal
yo no creo
en eso de los fantasmas
pero bueno ya es opinion de cadaquien por que la mente nos juega muchos juegos
que nos ase ver cosas que no existen
bueno ese es mi
comentario
espero para la otra una historia mas realista
bueno si se puede
Grupo:1-1
TURNO:VESPERTINO
CASIANO GONZALEZ DAVID ALEJANDRO
PREPARATORIA "ESTADO DE MEXICO"
demuestra que la mente no tiene limites, habla de creer ver un poco
mas alla de la realidad es un poco confusa, habla de un tema interesante y establece un buen punto que no solo las personas tienen alma.
Kassandra Becerril Gómez
Grupo: 1° 5
Turno: matutino
Que tal que era el alma de dos vampiros, jajaja, bueno de vampiros no por que no tienen alma, pero tal vez de osos, y ¿por que solo un alma para dos perros?
Hmmm...
Alumna: Monica
Grupo: 5
Turno: Matutino
con respecto a al texto escrito, no me parece bueno, es mui confuso i al parecer la persona q la describ no es mui coherente.
nome gusto i me aburrio.