Comedia 1: Simulacro I

Párodo: El lugar yermo

(Entra el coro y se posiciona alrededor del pilar del universo. YO está desnudo al centro, en actitud de súplica, usa una máscara que insiste en pegar a su cabeza con cinta. Es un hombre joven de piel broceada. EL HIPÓCRITA, un anciano sabio viste con túnica gris, rompe una máscara, desgarra la túnica y se dirige a YO. En tanto expresa su discurso, se va perdiendo en el foro hasta dejar solo a YO en el centro.)


EL HIPÓCRITA:

Otra vez en el espíritu se ha expandido un lugar yermo y solitario, denso como la noche e inexplicable como la materia oscura.

Otra vez llegó la noche a grandes trancos, sin aviso, sin una señal de proximidad.

Otra vez cayó como la tormenta cuya negrura es inefable al razonamiento, quien duerme seguro en su alcoba al otro lado del cosmos.

Otra vez cayó el telón sin el previo canto del coro, interrumpió la trama y tornó las expectativas.

Otra vez el niño de los pantalones cortos cayó al abismo persiguiendo una pelota, que no era una pelota, sino un ave fénix que seguía su propio curso.

Otra vez el abismo se llevó una pequeña partícula que brillaba en la superficie y se fue perdiendo en la oscuridad hasta no ser sino la misma oscuridad.

Otra vez la ruptura de la columna vertebral disuelta como un espejo roto cuyos reflejos son los mismos vaivenes por donde has pasado al mediodía con una linterna encendida, los simulacros que se limitaron a dejar otro símbolo oculto en el núcleo.

Otra vez la búsqueda por nombrar una parte del acontecimiento y la necesidad de decir una plegaria, 

 

CORO: ...aunque ya no posees una sílaba.


(Un fuerte rumor de que se aproxima el agua se escucha y se desvanece. Se apagan las luces.)


La página blanca


VOZ EN OFF:
¿Quién observa los símbolos y los acomoda en una página blanca? ¿Quién recuerda el símbolo de tu anterior trayecto, creador de un réquiem, el tuyo? Ya olvidas que puedes recurrir a una plegaria o a un ay, porque también tus ayes se han agotado o se han suicidado.


Agón: El aviso


(Suena el aviso de que se aproxima una nave, la invitación al simulacro, símbolo de desasosiego y condecoración para ser partícipe de este mundo. Se encienden las luces. YO está al centro, tumbado en una camilla. EL OTRO, también desnudo, se sitúa a su lado como un médico, está atado al ágora con cuerdas de algodón blanco, calza medias deportivas blancas, puede ser un hombre de piel oscura. YO TORNADO, sentado al otro extremo, también desnudo, usa las tablas de la ley como cuaderno de apuntes. Puede ser un hombre de piel blanca. EL COHELET viste como rabí y porta un diamante, símbolo del Eclesiastés.)

YO: (Al OTRO. Ignorante.) ¿Qué es ser partícipe?

EL OTRO: (Molesto.) No menciones lo que desconoces. (Perfora la perla de la locura en el cráneo de YO.)

EL COHELET: (Sujetándole las piernas.) ¡Habla de las gradas, de los estadios donde te sientas a observar las manos que construyen el universo! (Introduce el Eclesiastés en la perforación.)

YO-TORNADO: Tomo nota. 

EL OTRO: (Aparte.) Toma nota como si supiera lo que hace. 

 

(YO se sienta y se ciñe una máscara para simular conocimiento. Su máscara, quiero decir la ficción, se rompe y se entrevén los remiendos. Se apresura a poner otra cinta según él transparente y también, según él, sanadora.) 


YO: (Simulando un ritual.) Uso esta cinta transparente y sanadora para reparar mi espíritu.

EL OTRO: (Tira de las cuerdas que le atan al ágora.) ¡Levántate de las gradas! (Pero ya no hay gradas). ¿O temes desconocer cómo te sentaste ahí, que Hades te arrebate tus nalgas.

EL COHELET: (Aparte.) El simulacro de las nalgas perdidas.


(Salen. YO permanece sentado en la cama. Se apagan las luces.)


Utopía: Volverás

CORIFEO:

(A YO, que, sentado sobre la cama, se ha pegado los ojos con cinta.) Volverás en el mismo vagón. (Al fondo, alguien martilla las piezas angulares del universo y las une.) Te encontrarás, observarás cómo ese preciso instante cambia las leyes conocidas. La mirarás y por un momento casi epifánico descubrirás algo de ti en sí. Te lo ofrecerá. Lo tomarás. Lo llevarás entre tus manos como lo más preciado que tendrás nunca o siempre, lo cuidarás como si fuera el último perro guía, le ofrecerás tu ropa limpia, le calzarás, le alimentarás con las almendras cósmicas que según tú son almendras cósmicas. Le abrirás la ventana y ambos se sentarán a contemplar el rugir del océano. Mirarás cómo se abren, cierran y huyen los pétalos de las flores abismales. Compartirán tiernas historias y las imantarán, aunque sólo serán fragmentos tostados por la sabiduría del tiempo. Le ofrecerás los placeres que tu cuerpo empuja y le atarás en la cama de esa habitación a la que llamas paraíso. Y otra vez será pronto. Y otra vez será nunca. Y otra vez caerá el telón e interrumpirá el simulacro.


(El CORO aplaude.)

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