Abismo

No te dejaré mirarme. Me has enviado para presenciar cómo se desgarra una cortina por alguien que tiene tu mismo rostro. Vienes a bañarme con un cubo de mi propia sangre. Dejaré de escribir poemas, todos se pierden bajo tu cama roídos por insectos. No dejaré que me toques el cabello, siento que electrizo mis risas -y ya no te pertenecen. Aún escribo poemas (pero dejaré de hacerlo); es una manía nefasta por decirte que sólo muero. Cuando amanece veo llegar un barco y tras su arribo me escondo. Nadie desciende. Se dice que nadie desciende, aunque mira que alguien baja (pero nadie baja). Sentí que crecía mi sombra y que de tanto en tanto dejabas de distinguir mi imagen. Dejaste de decir te quiero y deseo sentir que no me importa. Y ahora se dice que le importa, pero ya se opacó como dos córneas de ciego. Dices que le quieres escuchar que te quiere. ¡Estúpido! Risas incontrolables te llegan a los labios rotos. Sobre ti la cuarteadura de un techo, sobre el techo un abismo. Desprendes tus ojos y tus labios porque ya no los toleras, arrancas los sabores que aprendiste a encontrar por las noches, te estorban. No dejarás de mirarle ni le dejarás mirarte (escondes un juego sucio de palabras que punzan como herida de desauciado. ¡No mientas!, no hay tal juego. Lo hay, pero no expresa nada, sólo la torpeza que se apodera de tu lenguaje -y de pronto lo usas como atavío. Anochece en el alma, te oscureces para dejar de pertenecerle. No le perteneces. No me perteneces. No deseo sentir pertenencia. No me dejo sentir pertenencia. Voy a huir como en mis sueños. Voy a dejar de existir tan pronto que ni empezarás a notarlo. Otra vez se instala sobre mí esa cuarteadura en el techo, otra vez ese abismo en espera de causarme el mismo sabor de pertenencia. Huye de mí y vuelve, pero yo, extraviado en mi juego poético, empiezo a romper las palabras afables de la poesía, empiezo a no necesitarlas, empiezo a reconocer el modo de romper la cortina del abismo.


Alberto Aradraug

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